lunes, 10 de junio de 2019

Gran colisionador de hadrones



El LHC ha sido creado con múltiples fines: entender el significado de la masa de las partículas y por qué poseen distintas masas. Conocer las particularidades de la materia oscura. Conocer la cantidad de partículas totales que posee un átomo. Hallar la existencia o no de partículas supersimétricas y analizar las características de la simetría en la antimateria. Replicar varios pequeños big bangs y descubrir, en caso de existir, nuevas dimensiones.


Pero algunos avances requieren de un golpe de efecto (y de fe), de cierto sensacionalismo autoconsciente. Mucho conocimos la gigantesca máquina de Ginebra a partir de cierta teoría sobre campos magnéticos y partículas elementales que interactúan entre ellas, adquiriendo masa.

Postulado desde la década de los 60, los experimentos ATLAS y un año de datos en el LHC llegaron a la misma conclusión. Ahí se encontraba lo que habían estado buscando durante demasiado tiempo. El detector Atlas encontró el bosón en el rango de 126 GeV (giga-electronvoltios), y, el CMS, en 125 GeV.

La partícula elemental bosón de Higgs fue presentada en sociedad durante el verano de 2012. Un año más tarde, el 8 de octubre de 2013, se concedería a Peter Higgs y François Englert el Nobel de Física. El primer gran tanto del CERN.

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